"¡Dale, dale ahora...! le gritó Humberto Maschio desde la izquierda,
cuando intuyó la vacilación del delantero a la altura de los tres cuartos
de cancha, aquella tarde, el 4 de noviembre de 1967, en el estadio Centenario de Montevideo. El
santiagueño Juan Carlos Cárdenas había
recibido la pelota, pasada por Rulli, a su derecha, y arrancó en una
leve diagonal hacia su izquierda mientras los escoceses retrocedían
confiadamente y vigilaban el probable pase a Maschio, destapado, o a
Raffo, metido entre los zagueros centrales. El número 4 del Celtic,
Murdoch, a medio camino, optaba por abandonar a Maschio para intentar la
cobertura del remate. Y ante el oportuno grito de animación de su
compañero, Cárdenas se decidió y pateó. Es imposible olvidar el
vuelo histórico de esa pelota, que burló la estirada desesperada del
guardavalla, Fallon, y entró en el ángulo superior derecho del arco.
Cuando la pelota reposó después de esa trayectoria fantástica de 35
metros, enmudeció un gran sector del estadio, inexplicablemente volcado
en favor del Celtic, mientras los cinco mil argentinos que habían viajado
para animar a su equipo entraron en el paroxismo del fervor. En el
campo de juego se desató la más infernal algarabía que pueda imaginarse.
Avellaneda –el centro neurálgico de los festejos–, la Argentina y todo el
mundo futbolístico comenzaban a reconocer a Racing como nuevo ganador de
la Copa Intercontinental (enfrentamiento entre los equipos de clubes
campeones de Europa y de América para resolver quién es el mejor del
mundo). Cárdenas siguió su frenética carrera de goleador con los
brazos en alto para colgarse de Juan José Pizzuti, el mentor de ese grupo
que lograba el primer título mundial para el fútbol argentino. "Yo
pensaba tirar, titubeé, pero no dudé más cuando sentí el grito de Maschio.
Y saqué un "sablazo" bárbaro. El arquero reaccionó tarde porque
creía que un defensor suyo (Murdoch) llegaría a marcarme", explicó después
el goleador en el vestuario, bañado en sudor, en lágrimas y en euforia.
Era un momento mágico. Racing
derrotaba al Celtic, conjunto escocés campeón de Europa, por 1 a 0, en la
tercera de las confrontaciones decisivas. En la primera, en Glasgow,
ganó Celtic por 1 a 0; en la segunda, jugada en Buenos Aires,
venció Racing por 2 a 1. Culminaba con una actuación de lujo el
proceso evolutivo de "el equipo de José", denominación con la que
popularmente se coreó e identificó al Racing moldeado por Juan José
Pizzuti. Un equipo que fue una auténtica sensación del fútbol
argentino y mundial, nacido sin ruidos ni alharacas, como se gestan los
grandes. Un grupo que se hizo fuerte gracias a su sacrificada
preparación, al vigor, temperamento e inteligencia de sus integrantes, y
que produjo una revolución por su forma de jugar, por la gran capacidad
para dar vuelta resultados adversos, su ritmo sostenido y su fe ganadora.
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LA NOCHE DEL
HAMPDEN PARK. Celtic 1, Racing 0.
El único gol
del partido. El cabezazo de McNeill,
que le dio el primer chico a los
hombres de la blusa
albiverde. El rubio le ganó en el salto a Basile.
La fórmula
de su revolución
Por entonces, la tendencia en el fútbol argentino era defensiva y
especulativa. La idea de Pizzuti, coincidente con las
particularísimas cualidades de sus hombres, partía de una sensata
apreciación de la realidad: "¿Para qué mantener una línea de cuatro
zagueros si los contrarios atacan con dos delanteros? Prefiero no
atar a los jugadores a un esquema rígido. Desde la mitad del campo
para adelante, los delanteros tienen libertad para crear. Lo de toda
la vida: moverse y moverse. Nada de punteros atados a la raya
esperando que llegue la pelota; a la punta tiene que ir cualquiera.
El medio campo es una zona de tránsito, no de estacionamiento. Como
hoy casi todos los equipos juegan con ocho y nueve defensores que cuidan
desde la media cancha hacia su arco, y como Racing no cuenta con tocadores
para llegar con pases cortos o gambetas, buscamos la punta con cualquiera
y mandamos el centro, no débil y al medio del área, sino fuerte, pasado,
que busca el cabeceador por el otro lado".
REVANCHA EN
AVELLANEDA. Gol de Raffo, empatando
un partido que terminará en victoria
por 2-1.
Joao Cardoso no oculta su emoción. Gemmell va a
buscar la pelota.
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EL CONDUCTOR.
Humberto Maschio fue
el cerebro del Racing
campeón argentino,
de la Copa Libertadores y del mundo.
Pero además, siendo el gran estratega,
también luchó y transpiró.
Aquel "cara sucia", goleador en el Sudamericano de 1957, había sido
transferido, como Angelillo y Sívori, a Italia (él fue al club Bologna), y
regresaba a su antiguo club (había surgido en Sacachispas y pasó a Racing,
donde fue titular a partir de 1955). En su trayectoria italiana,
después del Bologna, actuó en Atalanta, Internazionale, la selección
–durante el mundial de 1962– y, finalmente, en Fiorentina; allí, en
su última temporada (1965-66), era reservista del internacional De Sisti.
Cuando volvió a Racing, practicó al principio con la camiseta Nº 8;
Martinoli tenía la Nº 11 y Rulli la Nº 7, quien, influido por el número,
tendía a volcarse a la punta derecha, en detrimento de su misión
específica en el medio campo. Ante este problema, Maschio le sugirió
a Pizzuti: "Vea, maestro, déme a mí la camiseta Nº 11 y que Rulli juegue
con la 8". En realidad, con cualquiera de ellas, de todas formas
hubiera sido Maschio el importante volante creador del equipo. Lo
cierto es que entró a mitad de camino de la racha de invicto que se
prolongó durante 39 fechas. La cortó River Plate en el Monumental
(2-0). Pero Racing devora rivales en el torneo (4-1 y 6-0 a Ferro,
2-0 a Independiente, 5-0 a Quilmes, etcétera), se consagra campeón
–postergando al pujante River Plate–, y levanta oleadas de entusiasmo en
sus parciales.
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Y para cumplir ese planteo se basaba en el zaguero central Roberto
Perfumo, que aguantaba solo, en cierres a derecha e izquierda, cualquier
contraataque; acaso con el relevo del volante obstructor Juan Carlos
Rulli, por si el marcador lateral derecho, Oscar Martín, fuese al ataque,
o el del dinámico mediocampista Miguel Ángel Mori en lugar del marcador
lateral izquierdo Rubén Díaz, quien habitualmente se codeaba en el área de
enfrente con su compañero de zaga Alfio Basile. Y estaban Jaime
Martinoli o Joao Cardoso para "chanflear" fuerte los centros. Era
común también que Raffo, Basile o Díaz acechasen el arco enemigo, a la
espera de vencerlo con sus cabezazos, y que cualquiera aprovechase el
rebote; que Maschio fuese el equilibrio, brújula, cerebro del
equipo; que Cárdenas, como todos, arrastrase a los defensores
contrarios; que Agustín Mario Cejas (al comienzo Luis Carrizo)
tranquilizase a todo el cuadro con sus seguras atajadas.
Partidos
invictos y el título argentino
Esta manera de jugar nace el 19 de septiembre de 1965, cuando
Pizzuti dirige por primera vez a Racing, ubicado en el último puesto de la
tabla. Ese hombre sin estridencias acababa de abandonar la
dirección de Chacarita Juniors, tras su reciente retiro como jugador en
Boca Juniors. Racing, con el flamante técnico, le gana al puntero,
River Plate, por 3 a 1 (goles de Castillo y J. J. Rodríguez 2; y
Artime para el perdedor). El equipo formaba con Luis Carrizo;
Martín, José Vázquez, Perfumo y Mesías; Pentrelli y Pastoriza;
Ferreyra, Cárdenas, Rodríguez y Castillo. A fin de año, una exitosa
serie triunfal (14 partidos invictos) eleva el equipo al quinto puesto.
Pizzuti desestima una oferta de Velez Sarsfield y permanece en Racing.
Lo convierte a Perfumo en primer marcador central ("por necesidad y porque
no lo va a afectar correrse 7 ú 8 metros a su derecha"); lo puso al
lado de Basile, que era volante ("es un cambio sin complicaciones, que le
conviene más, por su físico, y además, en el medio tenía a Pastoriza"), y
como custodia del puntero derecho, a Rubén Díaz ("en la tercera jugaba de
Nº 6 y lo trabajé en la nueva función porque no había plata para comprar a
Laginestra, de Chacarita"). Es la base defensiva, con Oscar Martín,
un creativo marcador de punta y el ascendente Cejas o el rendidor
Luis Carrizo en el arco.
Poco después, Independiente pide a
Pastoriza, y Pizzuti elige a Mori de una lista integrada por éste, Mura y
Decaria, como parte de pago. Con Rulli y J. J. Rodríguez, provistos
por Boca en una transacción anterior a la de Pastoriza, a cambio de
Menotti y Sacchi, y otros elementos que ya jugaban en Racing, se rearma el
equipo. El punto justo se logra con la reaparición en nuestras
canchas (10/4/66, triunfo sobre Chacarita por 1-0, gol de Rodríguez) de
Maschio, que juega en lugar de Parenti o Vicente.
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