Johan Cruyff quedó en la historia del fútbol mundial por varias razones,
pero fundamentalmente por una: fue el primer gran jugador de la era
tecnológica. Goles, éxitos y dinero acompañaron su explosivo ascenso
a la fama. "Me piden goles y triunfos –relataba Cruyff–, y yo doy
goles, que traen victorias. A cambio, exijo dinero. Más que
nadie. Y me lo pagan. Entonces ¿qué sentido tiene discutir si
es mucho o demasiado?". Cuando tenía 26 años de edad, a fines de
1973, al concretarse su transferencia de Ajax a F.C. Barcelona, Johan
Cruyff comenzó a cobrar 12.000 dólares cada 30 días.
Para llegar a tanto debió convertirse en el centrodelantero más
espectacular y temido de Europa. Nació en Holanda, un país que no
solía producir cracks de magnitud mundial. Sus comienzos, como los
de millones de niños, transcurrieron corriendo en partidos
callejeros. Sin embargo, 15 años después era millonario, astro del
Barcelona –al que llevó al campeonato español en la temporada 1973-74–,
titular y capitán del seleccionado holandés en el Campeonato Mundial de
1974. Todo parecía la más completa versión del sueño del pibe.
No tuvo una infancia pobre: el puesto de venta de frutas y verduras de su
padre permitió a la familia un buen pasar durante los ásperos años de la
Segunda Guerra Mundial. Johan nació más tarde, pero la situación
familiar ya estaba consolidada. A los 6 años de edad, el padre lo
llevó a ver un partido de Ajax. Cuando tenía 10, pudo hacerlo socio;
así ingresó en la categoría futbolística de los infantiles. En 1959,
al morir su papá (incondicional hincha de Ajax), el pequeño Johan y su
hermano German quedan a cargo de la madre, quien debe trabajar duramente
para sostener el hogar. "A ella le gustaba el fútbol pero, como
todas las madres, tenía miedo de que me rompieran una pierna. Y me
la rompieron a los 16 años, aunque luego todo anduvo bien", contaba.
Mamá Cruyff quería que Johan completase una carrera, pero él nunca fue muy
afecto al estudio; en cambio, le interesaba mucho más domar una
esquiva pelota de fútbol, junto a otros chicos, en una cancha auxiliar de
Ajax.
Fue creciendo, y se convirtió en el longilíneo flacucho. Era veloz,
vivo, fuerte y, sobre todo, inteligente. Esas condiciones lo
mostraron como un joven con porvenir. A los 17 años, con su primer
contrato en la mano, se paró en el vano de la puerta y le gritó a la
madre: "Eh, señora, deje de lavar esa ropa. Ahora usted tendrá que
atender a Johan Cruyff, el más grande jugador de fútbol del mundo".
Se apretaron en un abrazo. Los buenos tiempos comenzaban.
PIQUE
DEMOLEDOR. Jugando para el Ajax, contra
el Barcelona,
el club que pagaría una suma fabulosa
por su pase. Ahí está
llevándose a la rastra a la
defensa catalana, con ese pique
demoledor
que era una de sus mayores virtudes.
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SEÑOR DEL
ÁREA. Cruyff jugaba donde le es más difícil
a los delanteros: en el área rival. En la escena, con la
camiseta del Ajax, en partido frente a Barcelona.
La consagración
El
resto fue un ascenso vertiginoso hasta la primera división. Ajax y
Cruyff salieron juntos del anonimato. Los campeonatos locales, tres
copas de Europa y, en 1972, la Intercontinental de clubes los llevaron a
la cima. El estallido del fútbol holandés fue del brazo de ese club
y ese jugador. Pero Johan no se conformó con la gloria, y quiso
consolidarse económicamente. Según el talante que tenga, exige entre
1.000 y 1.500 dólares por una entrevista periodística. A fines de
1973, la revista "La Actualidad Española" presentó un reportaje a Cruyff
como "la entrevista de las 60.000 pesetas, en rigurosa exclusiva mundial".
Se firmó un contrato, en el que constaba que Cruyff cedería por esa suma
"cinco horas de magnetófono y dos de fotógrafo".
Jugó una sola vez en
Argentina. Fue en Avellaneda, una noche de septiembre de 1972, en el
primero de los dos partidos finales por la Copa Europea-Sudamericana.
Independiente recibía a Ajax, y la condición de local le imponía atacar;
solamente ganando se ponía a cubierto de un eventual contraste en el
partido de vuelta, en Amsterdam. El equipo rojo estaba completamente
adelantado en los primeros minutos del partido, y solo Johan Cruyff era la
referencia de que los holandeses pensaban en algo más que en defenderse.
A su lado, en media cancha, Miguel Ángel López cuidaba a ese hombre
quieto. Independiente presionaba furiosamente, y el público
ensordecía con el "dale rojo". De pronto, un jugador de Ajax envió
la pelota hacia adelante. Cruyff giró, y en tres saltos le sacó
medio metro a López. El zaguero, viéndose perdido, le tiró un
puntapié que Cruyff eludió, siguiendo su carrera. Santoro, al
comprender el peligro, salió del arco. López quiso detener a Cruyff
con un puñetazo, pero en ese instante partió el remate largo, alto, por
sobre la cabeza del guardavalla, y la pelota, picando, entró en el arco.
Cruyff no había alcanzado la mitad del campo de Independiente cuando
pateó. El estadio estaba en silencio, mientras varios holandeses
abrazaban al autor del gol.
A los 25 minutos de juego, Cruyff recibió
la pelota junto a un lateral, sobre la línea del medio campo, y Dante
Mírcoli, el jugador italiano de Independiente, lo golpeó con dureza.
"Entorsis de tobillo", diagnosticó el médico, y Cruyff fue retirado.
Pero ya había dejado su marca en el tanteador.
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"En los contratos que firmo no está aclarado, porque sería imposible, pero yo sé que a mí me pagan para que haga goles, y yo los hago". No era la suya una indirecta confesión
de incapacidad técnica, aunque sus palabras se parecían demasiado a las
que solía pronunciar Luis Artime. Alguna vez Cruyff definió su
estilo así: "Soy capaz de driblar en corto o en largo; tengo buen
remate y un pase justo. Estoy en el camino de ser perfecto".
En 1970, el inglés Vic Buckingham, que
fue entrenador de Ajax, le recomendó a Cruyff que se relacionara con el club
catalán Barcelona, en esa época la más poderosa institución futbolística de
España, más aún que el Real Madrid. Todos suponían que estaba por
cancelarse la prohibición de contratar extranjeros, que la Delegación
Nacional de Deportes de España mantenía desde 1962. No fue así, pero
eso no bastó para desalentarlo. Al renovar su contrato con Ajax, Johan
impuso una cláusula que otorgaba a su club, durante un año, el derecho a
negociarlo libremente en Holanda, pero, si era transferido al exterior, el
jugador elegiría el lugar.
La veda española no se levantó, pero las relaciones entre Barcelona y Cruyff
se iban consolidando, especialmente a través de Armando Carabén, el gerente
del club (casado con una holandesa, Marjolin). El matrimonio Cruyff
–Johan y Dany, una exmodelo, madre de sus tres hijos– pasaba los veraneos en
Sitges, Blanes o Mallorca, y el delantero influyó para que Barcelona
contratara a Marinus Michels, director técnico de Ajax.
Durante ese lapso, el equipo de Cruyff ganó dos veces la Copa de Europa, y
Johan se convirtió en el ídolo deportivo de sus compatriotas. Cuando,
por fin, en 1973, se levantó la prohibición, Barcelona volvió a la carga.
Entonces, a los holandeses se les planteó un problema insoluble: si se
desprendían de Cruyff, Ajax podría perder la cotización lograda tras dos
años de éxitos; a su vez, el futbolista acorraló al presidente del
club, amenazándolo inclusive con jugar mal premeditadamente y negarse a
integrar el seleccionado holandés, e inclusive acudir a la justicia.
Con tan negras perspectivas, Ajax pidió tres millones de dólares por el
pase. La cifra, más que prohibitiva, enfureció a Cruyff, quien
consiguió que fuera reducida a sesenta millones de pesetas (al cambio de
entonces, poco menos de un millón y medio de dólares). El 22 de agosto
de 1973 se realizó la transferencia, y el domingo 28 de octubre Johan Cruyff
vestía oficialmente la camiseta azulgrana de F.C. Barcelona.
Al influjo de los goles conseguidos por su nueva estrella, Barcelona trepó,
desde los últimos puestos en el campeonato español, al título que no obtenía
desde 1960. Había sido una contratación costosa –el presidente del
club, Agustín Montal, reconoció que se había pagado ciento veinte millones
de pesetas, por lo que se deduce que Cruyff embolsó tanto como el club, pero
al tercer partido amistoso Barcelona ya recuperaba, en recaudaciones, la
tercera parte del total invertido.
Acusado de "vedettismo" en su país (una vez se negó a viajar a Alemania, con
Ajax, y nadie pudo convencerlo), en España pareció haber cambiado el
carácter. Sus excompañeros lo estiman; él los aconsejaba sobre
cómo negociar sus contratos con el club, y iba en camino de convertirse en
líder sindical ciegamente obedecido. Su ascendencia personal fue
reconocida con la capitanía del equipo que representó a Europa, en 1973,
durante su confrontación con América, y la del seleccionado de Holanda que
participó en el Campeonato del Mundo de 1974, en Alemania.
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SUS COMIENZOS
EN EL AJAX. Todavía con rostro
de chiquilín,
Cruyff mostró en el Ajax
sus inmensas condiciones de
delantero dotado.
Poco después, era la máxima estrella.
En dos oportunidades –1971 y 1974–,
la publicación "France Football" le otorgó el Balón de Oro con el que,
como resultado de una encuesta entre periodistas, se premiaba al "mejor
futbolista de Europa".
Sus rivales, al referirse a Cruyff,
solían coincidir en que, para intentar controlarlo, no se
podía tener un segundo de distracción. Sin apelar a sutilezas
(aunque era capaz de hábiles gambetas), Cruyff merodeaba las zonas de ataque,
y mostraba singular viveza al aparecer inesperadamente para conectarse con
alguna pelota perdida en el área. Era uno de los que no perdonaban en
esas circunstancias. Sin embargo, parecía encontrarse más a gusto en el juego largo –por el
centro o las puntas–, allá donde su
tranco sacaba las mayores ventajas.
De piernas largas, tenía un pique inusual en hombres con esa característica física. Por si
no resultara suficiente, podía acelerar cuando estaba lanzado en velocidad, una condición que, a menudo, dejaba en el camino al defensor que intentaba
oponérsele.
Los críticos más agudos le objetaban
cierta dureza de movimientos en los espacios pequeños. Decían que
era muy frontal, y que la mejor forma de anularlo era aguardando su llegada
al área, para cerrarle los caminos al arco. Tal vez era cierto,
en términos teóricos. Pero no resultaba tan simple hacerlo con un hombre inteligente, en continuo movimiento,
y con un especial olfato para ir a buscar la pelota. Además, su respetable estatura
–1m 78cm– lo tornaba peligroso en el cabezazo, que intentó perfeccionar,
aunque sin llegar a ser un especialista. Tímido, narigón,
admirador de Alfredo Di Stéfano ("para mí, fue superior a Pelé"), hombre
de hogar, ("aparte del fútbol, lo que más me interesa es mi mujer
y mis hijos"), fumaba diez cigarrillos diarios (única concesión que hacía
a una profesionalidad respetable). Nervioso, aseguraba que siempre
intentó dominarse. Es probable: aunque acostumbraba a quejarse
aparatosamente cuando algún adversario lo golpeaba, todavía se recuerda la
trompada que le propinó al famoso árbitro alemán Rudi Clockner, la
tarde en que Johan Cruyff debutaba como internacional; le costó una suspensión de seis meses. Esto también aumentó su
fama.
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