Ángel Rojas: La Cintura Mágica
Ídolo
indiscutido de la hinchada de Boca. Sus comienzos en los potreros de
Sarandí.
La rivalidad con Amadeo Carrizo, su paso por el seleccionado nacional
y la
actuación en Perú.
Cuatro veces campeón con Boca. El pase a Racing.
PICARDÍA DE
POTRERO. En el remate, en la gambeta, en la cimbreante cintura,
toda la picardía del potrero, toda esa habilidad que no se enseña en ninguna
academia.
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Un día surgió en primera, cuando
pocos conocían la existencia de ese diamante que deslumbraría rápidamente.
Fue como una explosión de juventud y picardía, un elemento revitalizador y
renovador del fútbol rígido y esquemático que asomaba en la década del
sesenta. Con sus brazos abiertos en balanceo constante, la pelota
cerca de su botín, dócil para mostrarla, escamotearla, llevarla hacia
donde ordenara el centro motor de ese prodigio de inventiva futbolística:
Ángel Clemente Rojas. Un nombre asentado en el registro civil, pero
que penetró hondo en el alma boquense con el diminutivo de "Rojitas".
Lo pidieron a gritos cuando despuntaba en la tercera división como un
genio precoz; lo apoyaron incondicionalmente cuando, ya titular,
deleitó con su monumental conjunto de exquisiteces; lo reclamaron
con vehemencia cuando, en épocas de irregularidad y descuidos físicos, se
aletargaba en el banco de suplentes a la espera de una nueva oportunidad;
lo recibieron con una ovación cuando, tras su paso por Perú, volvió a
pisar el césped de la Bombonera; le rindieron el homenaje emocionado
al cubrirlo de aplausos y alabanzas cuando enfrentó a Boca, su exequipo,
jugando para Racing. Verdadero ejemplo de raigambre popular,
solamente un auténtico ídolo pudo ser objeto de semejante coro de
efusividades y exteriorizaciones de cariño.
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CONTRA RIVER. Siempre fue primera figura en los clásicos
Boca-River. Aún no estando en su nivel de juego, su
gran
capacidad de inventiva obligaba a que el rival
lo cuidase
todo el partido, sin poder distraerse nunca.
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LA PISADA.
El complemento lógico de la cintura.
Pero una pisada
distinta, única, porque es freno y
cambio de frente, gambeta y
continuación de la
carrera. Pisa y cambia la dirección de la
maniobra.
Pisa y sigue por el mismo lado. Uno de los atributos
más característicos
de Ángel Rojas para provocar el
desequilibrio del rival; uno de los
más
brillantes y de
los más festejados por todos los gustadores del
fútbol. |
Adolescente, de cabello razurado y rostro angelical, irrumpió como un duende
travieso, atrevido para desairar rivales, magnífico para agrandar a sus
compañeros con sus riquezas técnicas. Dispuesto siempre a intentar la
jugada inverosímil, la maniobra sorprendente, el toque sutil o el enganche
preciosista. Empedernido gambeteador, su fútbol despreocupado
destilaba alegría, con un virtuosismo efectivo, que sabía llegar al gol.
El año de
la confirmación
Desde su debut, en 1963, "Rojitas", con sus
goles y la elasticidad de una cintura asombrosa, había deleitado en jornadas
inolvidables a la grey boquense. Luego de un paréntesis de
inefectividad en 1964, resurgió al año siguiente con todas sus fuerzas.
Vertiginosamente se ubicó entre los mejores delanteros argentinos y su fama
trascendió las fronteras del país. El ingenio popular lo había bautizado "Rojitas", para diferenciarlo aún más de su compañero Alfredo Hugo
"Tanque" Rojas, física y futbolísticamente distinto.
Esa lesión a
comienzos de 1964, producida en un choque con Devoto, de Huracán, pareció
sumirlo en la oscuridad del anonimato. Los ligamentos de la rodilla
derecha crujieron aterradoramente en la infortunada tarde de la contusión.
Tardó en volver. Los agoreros de siempre se apresuraron en sus
juicios. Ese año jugó apenas diez partidos y convirtió dos goles.
Renovado, físicamente a punto, arrasó en la temporada siguiente con todas
las críticas y pronósticos sombríos: disputó treinta encuentros y señaló
trece goles. Estaba totalmente recuperado; no era, como se había
dicho, un habilidoso blando, superfluo; era mucho más que eso, era un
gambeteador positivo, capaz de desarmar y diezmar defensas enteras al
conjuro de su pericia técnica. Era, también, un excelente shoteador de
media distancia, lo que se dice un delantero completo, una pieza fundamental
en el equipo. A solo tres años de actuar en primera división, ya había
obtenido dos títulos de campeón, el de 1964 y el de 1965, que lo
consagrarían definitivamente y lo justificaban ante sus simpatizantes.
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Su
magnetismo personal, su soberbia para los desplantes a Amadeo Raúl Carrizo,
aceleraron su carrera al estrellato. Agregó a todo eso sus dotes de
excelente jugador, tan probadas en aquellos inolvidables encuentros con Beto
Menéndez y José Francisco Sanfilippo. Acaso haya quedado grabado, en
las retinas boquenses, como ese chiquilín irrespetuoso que mortificó
verbalmente a Carrizo, en una tarde de diciembre de 1965, que le significó a
Boca una nueva estrella de campeón. Algo más adulto, no abandonó esa
manía: en 1968, cuando el arquero riverplatense utilizaba una gorra
"cabulera", "Ángel" Rojas, luego de saludarlo amistosamente, se la quitó de
entre las manos y echó a correr como un niño travieso mientras Carrizo
masticaba rencor y acumulaba nervios.
Sarandí, cuna de
campeones
Nació el 28 de agosto de 1944, en Sarandí, en la casona ubicada en
Comodoro Rivadavia y Magán. Estudiaba con escaso entusiasmo en la
escuela número 15 de la zona, pero vivía pendiente del potrero, esa cuna
de campeones.
Chiquilín despreocupado, con una pelota en sus pies y un paisaje
verde a su alrededor consumía las horas en su niñez de Sarandí. En
la irregular geografía del baldío, dibujaba ya preciosos arabescos con
sus hamaques, quiebros y fintas a veces inexplicables. No había
treguas: cuatro, cinco, seis horas seguidas. A toda hora, todos
los días.
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SU GRAN
AMIGA. Eso fue la pelota para Ángel Rojas,
su amiga.
Con un gran dominio sobre ella, cualquier jugada
siempre le resultó fácil,
sin ningún problema.
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EL PIQUE.
La gambeta, el amago, la pisada, necesitan de
un buen pique para prosperar. Otra de las condiciones
de Rojas, aquí perseguido por Francisco Sa.
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Su primer equipo fue el Belgrano,
donde a veces jugaba Miguel
Ángel Santoro, que
después sería arquero de primera línea en Independiente; en
alguna oportunidad también se acercó Roberto Alfredo Perfumo, otro
grande del fútbol nacional; Raúl Bernao, luego un deslumbrante
puntero derecho, solía jugar con Ángel Rojas. Era una verdadera
constelación de futuros campeones. En esa época, Angelito se
levantaba a las cinco de la mañana para trabajar en una fundición de
Bernal, propiedad de su padrino. Estaba allí hasta poco antes de
mediodía, porque se fugaba en busca de sus compañeros, en busca de la
pelota. Era la pasión de su vida, el destino que le había
signado la Providencia.
El ingreso a Boca
Con sus raptos de habilidad deslumbró a uno de los tantos buscadores de
estrellas que deambulaban por los potreros de Sarandí. Tenía apenas
catorce años y estampó su firma para Boca Juniors el 27 de mayo de 1959.
Se inició como centrodelantero y debutó con singular éxito; con dos
goles suyos, Boca superó 3-1 a Huracán. Dotado como los más capaces,
escaló posiciones con rapidez. Asomaba ya el nuevo ídolo, se
vislumbraba su categoría de jugador fino, sutil; restaba insuflarle
algo más de madurez.
En la búsqueda del aplomo, fue cedido a Arsenal de Lavallol –una
dependencia de Boca– en 1962. Allí cubrió un año brillante junto a
Oscar Pianetti, con quien también formaría pareja en la primera división
xeneize. Consolidado como delantero talentoso, cerebral y goleador,
retornó a Boca Juniors hacia fin de temporada. La hinchada ya hablaba de
él, algunos remarcaban la necesidad de promoverlo rápidamente.
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Por prudencia, se lo mantuvo en tercera división al principio de 1963.
A las dos fechas del torneo, hacía su presentación en la reserva.
Allí sintió la influencia de Rattín, el aliento de Rulli, la personalidad
de Silvero y la sapiente veteranía de Ernesto Grillo. No lo
disminuyó la presencia de las celebridades; todo lo contrario, jugó
suelto, lució desinhibido. Había llegado su hora...
José D'Amico, el director técnico de la primera, recogió el eco popular
que exigía su participación en el elenco titular. El 19 de mayo de
1963, en la cuarta fecha del certamen, lo promovió ante Vélez Sarsfield,
en la Bombonera. Ganó Boca 3-0, con tres goles de Oreste Omar
Corbatta, luego de tres exquisiteces del joven debutante. La
hinchada se asombró y lo aplaudió con devoción; sus compañeros lo
estimularon; los rivales lo felicitaron; la crítica vislumbró
al incipiente crack. Coincidencia total, asomaba un gran jugador de
fútbol. Ese inolvidable día del debut se alistaron junto a él: Roma,
Silvero, Marzolini, Simeone, Rattín, Orlando, Corbatta, Menéndez, Grillo y
Alberto González.
En su quinta presentación en primera, en cancha de Boca, anotó su primer
gol profesional ante Gimnasia y Esgrima La Plata. El 23 de abril de
1964 firmó su primer contrato, por sesenta mil pesos mensuales.
Desde allí prosiguió su itinerario exitoso, lleno de momentos emotivos,
siempre con el incondicional apoyo del hincha. Porque siempre, aun con
notorios baches en su nivel de eficacia, lo rodeó el cariño y la
comprensión de la familia boquense. Era un elegido, un privilegiado.
Su propensión a subir de peso lo obligó a muchos sacrificios. Cuando
se inició la temporada de 1966, ya consagrado, renegó del esfuerzo.
Engordó mucho, su cintura perdió flexibilidad y eso desdibujó rápidamente
su imagen de gambeteador eficaz. Perdió confianza, fue fácil presa
de los mismos marcadores que antes se espantaban ante sus pisadas y
amagos. Adolfo Pedernera, entonces director técnico, lo separó de la
primera, pero tuvo para él palabras de aliento. Le sirvieron para
recobrar fuerzas y retomar conscientemente la senda del profesionalismo.
Ese año jugó veinte partidos y anotó siete goles.
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EL REMATE.
Delantero neto, hombre con mentalidad
ofensiva,
su remate con ambas piernas no era de una
potencia inusitada,
pero sí de suficiente fuerza para
ser temido por los arqueros rivales. Pero más que la
fuerza del tiro, importaba la dirección,
esa puntería
que buscaba y encontraba los ángulos a que solo
pueden
acceder los que saben. Así, muchas veces
encendió
el grito de gol en cualquier estadio.
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EN RACING.
Su paso por Racing, después de la etapa en
Perú.
El deseo de volver a ser el de antes, la cintura mágica apareciendo
de vez en cuando. La cuota de fútbol dada con cuentagotas,
frenada por los kilos y la falta de actividad.
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Alcides Silveyra, un temperamental exjugador, ocupó el cargo de Pedernera
a comienzos de 1967. Rojas, decidido al retorno, rebajó cinco kilos.
Jugó casi como en sus mejores épocas en un torneo veraniego. La
hinchada, como siempre, era el antídoto más eficaz para paliar sus bajones
anímicos y su escasa predisposición al sacrificio. Con intermitencias, sin
alcanzar el nivel de sus mejores momentos, se las compuso para seguir
desequilibrando con su selecto repertorio de toques, caños y malabarismos.
En dieciséis partidos, hizo siete goles. Al año siguiente (1968)
jugó en veintiséis oportunidades y señaló ocho. En 1969, muy
recuperado, logró quince goles en treinta y dos partidos. Disminuyó
la eficacia en 1970, ya que apenas convirtió siete tantos en veintiún
encuentros. En 1971, definitivamente alejado de la división
superior, apenas alternó nueve veces en el primer equipo, y marcó tres
goles. En marzo de 1972 fue transferido al Deportivo Municipal de
Lima, que pagó 10 mil dólares por el préstamo de un año. "Rojitas",
el ídolo, se iba de Boca. Pero había dejado algo: cuatro campeonatos
(1964, 1965 y los nacionales de 1969 y 1970), su imagen socarrona y
despreocupada y una hinchada siempre dispuesta a expresarle simpatía.
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Su paso por la selección
Debutó en la selección nacional el 14 de julio de 1965, cuando estaba en
el candelero futbolístico. Fue contra Chile, por la copa Carlos
Dittborn Pinto, en la cancha de River. Junto a él actuaron Roma,
Ramos Delgado, Leonardi, Ferreiro, Rattín, Albrecht, Bernao, Ermindo
Onega, De La Mata y Oscar Mas. Ganó Argentina 1-0 y a "Rojitas" le
cupo el honor de señalar el tanto. Participó, días después, en el
triunfo sobre Bolivia (4-1) en un partido eliminatorio para el Mundial de
Inglaterra.
La etapa en Perú
Alejado de aquel marco ensordecedor de una Bombonera que lo idolatraba,
distante de sus cosas y sus amigos, no estaba en las mejores condiciones
para jugar al fútbol. En Deportivo Municipal actuó en dieciocho
partidos del campeonato limeño y quince del regional, con un total de doce
goles. Con setenta y dos kilos, lejos estaba de su mejor forma
física. Retornó a Buenos Aires y se reincorporó a Boca, en donde
actuó dos partidos en tercera división, uno contra River Plate. No
marcó goles, no volvió a ser aquel adolescente arrasador. Pero la
hinchada, una vez más, le testimonió todo su caudal de efusividades.
Con el pase en su poder, se incorporó a Racing en los comienzos de 1974.
Allí, con dignidad profesional, se dispuso a recuperar posiciones en el
fútbol argentino, sin lograrlo totalmente, hasta su retiro.
De cualquier manera, quizás lo más trascendente sea que el tiempo confirmó
algo que se palpaba vívidamente en cada presentación de "Rojitas": sería
muy difícil repetir el extraordinario consenso de apoyo que despertó él en
su exitoso paso por el club de la ribera.
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CONTRA TODOS.
Su gambeta es el imán que atrae a
todos los rivales.
Aquí, rodeado por defensores de
River, maniobra con su
reconocida habilidad para tratar
de escapar a la marcación.
Bien entrenado, sin esos kilos
de más que a veces le quitaban
facilidad para moverse,
Ángel Rojas hizo prodigios que le
permitieron salir
de encierros como este, recibir la ovación
de su
tribuna e irse rumbo a los tres palos adversarios.
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ÁNGEL CLEMENTE ROJAS
Habilidoso,
de pícara gambeta, desconcertante quiebre de cintura,
gran escondedor de
pelota,
ingenioso en espacios reducidos.
Perdía importancia, a veces, por
sus desniveles de producción.
No tenía problemas de perfil y poseía buen remate
de larga distancia con
pelota en movimiento.
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