Obdulio Varela: El Emperador Celeste
Uruguay
alcanzó la gloria de dos títulos olímpicos y dos mundiales
con ilustres
apellidos. Muchos de ellos fueron ídolos.
Pero uno solo conserva,
aún muchos años después de su retiro, la ascendencia de caudillo. Es el inolvidable Obdulio.
EL
GRAN CAUDILLO. En su momento de mayor esplendor, posando en
Montevideo.
Un físico de privilegio le daba estampa de caudillo. El temperamento
ganador,
el coraje para jugarse en todas, redondeaba su personalidad de jefe
indiscutido.
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La historia comenzó así. Al menos de esa forma la contó "Un Tal
García" en las páginas de "El Día" de Montevideo:
"Era una noche de Carnaval, noche de corso. Era un morenito pobre,
peón de albañil, y tenía un par de pesos flacos en el bolsillo.
Estaba con tío Luis. Por la ventana del café veían pasar los
cabezudos, los chiquilines corriendo por la vereda y las muchachas en los
balcones que parecían todas muy bonitas, iluminadas por la luz roja y azul
de las bombitas pintadas, arrojando papelitos a los muchachos que les
decían piropos".
"Tomaban despacio haciendo durar las copas. Un señor que estaba al
lado de la máquina de café les mandó una vuelta. Después salieron
con él abriéndose paso entre el gentío y fueron a la sede. Se
llamaba Rodríguez. Entró a un salón, salió con otro señor, le
hicieron firmar un papel y le dieron ciento cincuenta pesos. Con tío
Luis recorrió otros mostradores, compró pollos al spiedo, queso, dulce,
botellas de sidra, empanadas, lechón. Las estrellas estaban pálidas
de puro cansadas cuando en un taxímetro llegó a su rancho. Fue al
cuarto de la madre y prendió la luz. Los paquetes no le cabían en
los brazos".
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CAPITÁN.
Con Zizinho, otro grande del fútbol
sudamericano,
aparece Obdulio Varela.
Siempre, por su ascendiente
sobre sus
compañeros, fue capitán del seleccionado.
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LOS CAMPEONES
DE 1950. El seleccionado uruguayo
posa
minutos antes de iniciarse el partido final
del campeonato
del mundo de 1950. Nadie creía
en estos once jugadores.
Obdulio, el gran caudillo,
los llevó a la victoria ante los brasileños.
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"–¿Qué
hiciste m'hijo?
"–Nada malo, mama... Me fiché en el
Guander".
Así entró en el fútbol grande de Montevideo Obdulio Jacinto Varela.
Uno de los ídolos mayores, el último caudillo, el "Negro Jefe", como en
forma admirativa se le llamó después de aquella gesta de 1950, en el
Maracaná.
Obdulio Varela supo guardar siempre la grandeza que adquirió en la
pobreza. Su escuela fue la calle. Su casa, un rancho con una
madre y muchos hermanos. Una de sus primeras herramientas para
ganarse el pan fue un pico. Con él abría zanjas para Obras
Sanitarias. Después llegarían los baldes de albañil que levantó aún
después de aquel, su fichaje para el "Guander" (Wanderers). Había
nacido en la curva de Industria, zona de quintas. De allí su familia
se fue a La Teja y después a La Comercial. Vivió en la misma cuadra
en que vivía Pascual Somma, un extraordinario puntero de Nacional, campeón
olímpico en Colombes. En su homenaje los pibes del barrio le dieron
ese nombre al equipo que formaron. Entre ellos estaba Obdulio.
Después pasó al Deportivo Juventud. Tenía 16 años y a esa edad se
entreveró en las trenzadas bravas de la Intermedia. Tres años
después llegó aquella noche de Carnaval, su ingreso a Wanderers y aquel
festín que le regaló a los suyos.
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Curiosa personalidad la de Varela.
Después de firmar contrato estuvo dos meses sin aparecer por el club.
Cuando el técnico del equipo, Alberto Supicci, se decidió a buscarlo, lo
encontró trabajando de peón de albañil en una obra de Juan Paullier y
Nueva Palmira. Dos días después debutó en la primera. Ese día
Wanderers perdió ante el River montevideano. Después, un empate con
Racing y el primer triunfo ante Bella Vista. En seguida la gran
consagración, "su" partido. Lo recordó siempre como el de su vida,
superior en emoción hasta a aquella gran final del Maracaná. Fue
contra Peñarol y ganó Wanderers 2-1.
"¿Quién puede imaginar lo que aquello significó para mí?", explicó varias
veces Obdulio Varela. "Después de haber sido peñarolense toda mi
vida, pisar por primera vez el estadio y ganarle a Peñarol fue la alegría
más grande de mi vida. No sé lo que me pasó. Dominé la cancha
desde el comienzo y todos los ataques de Peñarol morían en mis pies.
No recuerdo haber jugado mejor que ese día". Los goles los hicieron
Faget y Vigorito. El de Peñarol, Freire.
Años después (1943) fue transferido a Peñarol. Fue campeón en seis
temporadas: 1944, 45, 49, 51, 53 y 54. Siempre recordó, empero, con
más afecto a Wanderers. "En los cuadros chicos –decía– la cosa es
más linda, hay más amistad. En los grandes transita mucha gente, hay
otros intereses. En los chicos no".
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EN PEÑAROL.
Su paso por Peñarol dejó recuerdos
difíciles de borrar.
Aquí, con José Santamaría.
Dos grandes del glorioso fútbol uruguayo.
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VIGOR E
INTELIGENCIA. Dos de sus atributos
de mayor significación.
Era caudillo y un gran
estratega. Un jugador netamente influyente.
EL RETIRO.
Ya alejado del fútbol, Obdulio
fue claro y terminante
cada vez que se
pidió
su opinión sobre distintos aspectos
de este
deporte. Incluso llegó a restarle importancia
a sus actuaciones en el Mundial del 50.
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La gloria
con la celeste
Llevaba un año en primera cuando fue designado para integrar la selección
uruguaya. Fue en el Campeonato Sudamericano que se jugó en Lima, en
1939. Esa etapa internacional se cerraría quince años después,
contra Inglaterra, en el Mundial de 1954 en Suiza. En aquella, su
primera actuación, Uruguay le ganó a Chile 3 a 2. En la última, a
Inglaterra 4 a 2. El balance para Obdulio fue de 53 partidos
jugados. De ellos, 30 ganados y 6 empatados. Fue campeón
sudamericano en 1942 (Montevideo) y del mundo en 1950 (Río de Janeiro).
Introvertido, reservado hasta el extremo de parecer hosco, nunca le atrajo
la fama. Cuando volvió de Brasil –ya campeón del mundo– pidió un
sombrero y un impermeable. Antes le había enviado un mensaje a su
mujer indicándole que no llevara a sus hijos al aeropuerto. Cuando
llegó el avión levantó las solapas del impermeable, bajó las alas del
sombrero y se escurrió sin que nadie lo reconociera.
Estaba en una pierna –la otra sufría un desgarro muscular– y pisaba el
umbral de los 38 años cuando fue convocado para integrar la selección
uruguaya que competiría en el mundial de Suiza (1954). "Tiene suerte
en la vida quien se puede poner la celeste", fue su único comentario.
Se la puso contra Checoslovaquia (2-0), Escocia (7-0) e Inglaterra (4-2).
Un gol suyo puso el marcador 2-1 contra los ingleses. Después, su
pierna dijo basta. Siguió hasta el final porque su presencia era
necesaria. Terminó parado en el área, ordenando, como correspondía a
un gran capitán.
Centrehalf con perfiles de leyenda, estratega genial, mostró su grandeza
en los momentos decisivos. En esos instantes, cuando las fallas
colectivas o las propias parecían derrumbar al equipo, aparecía el genio y
el talento de Obdulio Jacinto para hacer jugar a los demás. Tenía lo
que se precisa para ser crack: escuela. Escuela de calle y potrero.
Allí aprendió todo lo que en la cancha hizo valer. Fue, como alguien
lo definiera alguna vez, "el caudillo de un pueblo que muchas veces
encontró en las canchas de fútbol la medida de su valor, el termómetro de
su orgullo, al nivel de su coraje". Obdulio es, acaso, el máximo
símbolo de la esplendorosa época del fútbol charrúa. Admirado,
idolatrado, nunca dio importancia a los halagos. Prefirió recluirse,
en cambio, y hacer lo que pocos se animan: vivir la vida según los
dictados de su espíritu. Un hombre feliz.
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OBDULIO VARELA
Jugador
temperamental pero lúcido.
De mente fría, pierna fuerte y corazón ardiente.
Tuvo buen shot desde la media distancia, pero se destacó
como estratega en la conducción de sus compañeros.
De buen dribbling, lo usó siempre hacia adelante.
Pesó como buen jugador, pero más aún como caudillo.
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